miércoles, 24 de agosto de 2011

El jíbaro de Manuel Alonso, primer manifiesto de nuestra literatura

      Manuel Alonso inició el criollismo literario puertorriqueño; fue el primer escritor insular que hizo de Puerto Rico un tema de preocupación para las letras. Según expresa Josefina Rivera de Álvarez,  en el libro Historia de la literatura puertorriqueña, Alonso es uno de los primeros escritores que cultiva el costumbrismo en Hispanoamérica. Los primeros cuadros de costumbres, en verso y prosa de El jíbaro, aparecieron en el Álbum puertorriqueño (1884) y en El cancionero de Borinquen (1846). Luego, Alonso recogió estos trabajos junto a otros de nueva producción, en el libro: El jíbaro (1849). Años después, entre el 1882-1883 publica una segunda edición con más trabajos poéticos y prosistas que había estado publicando en almanaques literarios y en la prensa periódica después de su regreso a Puerto Rico. De acuerdo a Rivera de Álvarez, en esta segunda parte, su obra adquiere caracteres propios de la narración y el ensayismo insular.
  
     El jíbaro, sin duda alguna, es uno de los libros más importantes de nuestra literatura porque es la primera manifestación representativa y original de la literatura costumbrista y criollista. Rivera de Álvarez señala que los romances campesinos y otros poemas de honda raíz popular y tradicional, así como los cuadros de costumbres en prosa, alejan a El jíbaro de la literatura de imitación y de influencias exóticas, proclamando la autonomía de las letras insulares y revelando por primera vez el alma de Puerto Rico.


     Esta obra es el primer libro que presenta escenas criollas en prosa y verso, en las cuales palpitan los pequeños episodios de la vida isleña, costumbres y tradiciones, tipos humanos, pasiones y virtudes, luchas y esperanzas, nuestra fisonomía material y espiritual, que responden a un amplio y profundo conocimiento de los usos y maneras de la Isla. De los escritos en verso, tanto Rivera de Álvarez como Ramón Luis Acevedo, señalan a los siguientes como los más importantes: “La fiesta del Utuao”, “Un casamiento jíbaro”, “El baile de garabato”, “Una pelea de gallos”, “Perico y Petrona”, entre otros. Estos cuadros costumbristas resaltan el colorido de la tradición rural puertorriqueña en cuanto a modos típicos de vestir y situaciones cotidianas.


    Rivera de Álvarez dice que la intención de Alonso es expresar nuestro “color local” y nuestros ingredientes de vida regionales. Ella lo compara con la obra de escritores españoles como: Estébanez Calderón, Larra, Mesonero Romanos y Bretón de los Herreros; porque cultiva como estos maestros del costumbrismo, la gracia humorística y el ingenio y agudeza de decir, aun cuando le falta cierta profundidad emocional, y en el caso de su verso criollo, la crítica señala que le falta cierta pureza lírica.


    Rivera de Álvarez destaca entre los escritos en prosa la genialidad con la que Alonso crea un relato de expresión puertorriqueña que analiza diversos rasgos de la personalidad colectiva insular. El autor señala descripciones de tipos criollos auténticos como: Perico Paciencia, símbolo de la mansedumbre y candor puertorriqueño; Agapito Avellaneda, señorito vividor y trepador convertido en funcionario público injusto y falto de honradez; el asilado de Beneficiencia, llamado Don Felipe, convencido en su locura de que Dios le había encomendado sostener el cielo para que no cayera sobre la tierra y la hiciera pedazos; el compadre Don Cándido, soñando siempre con ser Capitán de la Isla; y Don José de los Reyes Pisafirme, un jíbaro en la Capital, preocupado por el progreso; son algunos ejemplos de estos tipos criollos.


    Ramón Luis Acevedo, por su parte, señala en Antología crítica de la literatura puertorriqueña que El jíbaro es un libro muy variado y diverso que no carece de unidad. Él señala que “esta unidad está dada por la personalidad literaria del autor, su interés en los asuntos de Puerto Rico; su patriotismo crítico, mesurado y activo; su orgullo por lo propio; su actitud didáctica y su fe en la educación como instrumento de modernización; su fe en el progreso y su optimismo; su simpatía por lo popular y su identificación con el mundo campesino desde la perspectiva del sector profesional de la burguesía criolla; por su sano sentido del humor y su gracia y su ingenio para evadir la censura”. Acevedo señala que Alonso manifiesta sus cuadros de costumbres con viveza y amenidad, gran conocimiento y don de observación.


    La importancia del discurso de la obra radica en su lenguaje jíbaro presentado de forma llana, sencilla, elegante y comunicativa. Pedreira lo compara con El poema del Cid y Martín Fierro. Laguerre destaca la prosa expositiva y discursiva de Alonso que revela rasgos de expresión clara y sencilla, con reminiscencias estilísticas de Larra y de Cervantes. Y Rivera de Álvarez, por su parte, elogia la mezcla de lengua hablada y lengua literaria en los artículos de costumbres. Definitivamente, El jíbaro es nuestro primer cuadro costumbrista que retrata fielmente al campesino puertorriqueño del ayer.

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